Hace tiempo, no tanto como quisiera, me vanagloriaba de mi manera realista y práctica de ver la vida y las relaciones. Es que tú no eres romántica, me decían por ahí y es cierto, no lo era de la manera más comercial, o por lo menos eso era lo que yo creía.
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En estos días saqué mis viejas notas, tienen tantos años, que están escritas a mano en hojas de cuaderno o a máquina, con tachones y borrones que eran el «delete» de esos tiempos.
Pues bien, descubrí poemas, cartas, cuentos, reflexiones, cursis a tope. Me dí cuenta de que he sido una cursi de closet. Así que hoy a mis cincuenta y pico, decido salir a reconocer que así veo la vida, a la luz de los sentimientos, del amor y de la esperanza, que me gustan los finales felices aunque tengo claro que la vida no tiene finales y que la felicidad se trata de momentos.
No digo que todas las canciones de amor me gusten, ni que mi vida pierde sentido si alguien deja de amarme. La vida me ha mostrado que muchas veces a uno le toca secarse las lágrimas, levantarse y seguir viviendo lo mejor que pueda.
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Pero hoy, reconozco que soy cursi, me gusta que me regalen la luna, siento ganas de llorar al ver un atardecer frente al mar, hago fuerza para que los protagonistas de las películas terminen felices, me relajan las comedias románticas y canto a grito herido, como decía mi mamá, las canciones de plancha que escucho en la radio mientras voy sola en mi carro.
A estas horas de la vida, me acepto tal como quiero ser. Eso no quiere decir que deje de crecer y de aprender, pero esa decisión la tomo yo, desde mi ser.
¡Que vivan las frases trilladas, los corazones, los te amo hasta el cielo, las promesas que uno siente que son para siempre!
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