Les apuesto que al leer el título de este artículo, tararearon un poco la canción que lleva el título de este texto.

Les traje otra: Te veo venir, Soledad (si…ya sé…empezaron a cantar antes de tiempo). Pero prométanme que se quedarán conmigo hasta el final del artículo, que pinta bien. Estas dos canciones son sólo para ambientar el tema.

Ahora sí, después de la serenata empecemos a entrar en materia. Es claro que la palabra SOLEDAD tiene mala prensa. La asociamos con tristeza, desesperanza, abandono, depresión. Y bueno, no voy a negar que hay momentos en la vida en que la soledad se nos viene encima y entramos en modo «nadie me quiere». Pero como todo, la soledad tiene varias miradas y en la medida en que nos hacemos mayores, aprendemos, no solo a manejarla, sino a disfrutarla.

Hacernos amigos de la soledad

Hoy vengo a hablar de la soledad vivida desde la cincentañez y más, cuando ya no tenemos que trabajar tanto o nos hemos jubilado, nuestros hijos han partido o simplemente hacen su vida; quizás ya no tenemos pareja o sí la tenemos pero en el día a día se ha instalado una rutina silenciosa; la experiencia del nido vacío, del no ser indispensables, de tener más tiempo disponible, de despedirnos de seres queridos que van partiendo poco a poco, de los días, las noches o los fines de semana en silencio.

¿Recuerdan cuando estaban más jóvenes, que los días no les alcanzaban para nada? La vida se iba entre el trabajo, la casa, los hijos o los proyectos, la pareja, los compromisos sociales, se levantaban muy temprano, se acostaban tarde, llegaban rendidas de las vacaciones. Ahora les pregunto ¿recuerdan haber dicho, sueño con tener más tiempo para mí, para hacer las cosas que me gustan, para estar sola un rato, para consentirme, tomar un respiro?

Pues bien, mis queridas amigas, al fin llegó la hora de hacer esas cosas. Aquí les tengo una lista de preguntas para reconciliarse con la soledad o para verla de una manera diferente:

• ¿Tienes o has tenido una afición artística, cuál, la retomarías?
• ¿Qué tipo de música prefieres?
• ¿Cuando suena tu música favorita te dan ganas de bailar o cantar?
• ¿Alguna vez llevaste un diario?
• ¿Te gusta ver fotografías de otros tiempos, recuerdas los álbumes de fotos?
• ¿Hace cuánto no pruebas una receta nueva?
• ¿Alguna vez has cocinado por placer y no porque te toca?
• ¿Hace cuánto leíste el último libro?
• ¿Te gustaría practicar algún deporte, cuál?
• ¿Amas la noche o eres un pájaro madrugador?
• ¿Te gusta el cine?
• ¿Y qué tal viajar o tal vez conocer rincones nuevos de tu propia ciudad?

Hemos llegado a una etapa, en la que hacemos las cosas porque queremos y no porque nos toca. Ya no nos interesa ser concertistas, pero sí nos gusta la música y quizás podríamos probar aprender a tocar o retomar un instrumento musical. Las madrugadoras pueden aprovechar para salir a caminar, tomar fotografías del amanecer o de los pequeños rincones del jardín o del barrio (ya no necesitamos costosas cámaras, vivimos con una en la mano). Las noctámbulas pueden aprovechar la noche e inspirarse escribiendo o escuchando música (con audífonos por favor, pobres vecinos), las cocineras pueden convertirse en alquimistas, las decoradoras pueden darle vuelta a la casa. Las amantes de las flores pueden crear un jardín (en un rincón de su casa o en el patio), las que solían pintar pueden sacar el caballete y pintar mil veces el mismo cuadro si quieren, las bailadoras pueden bailarse la vida en la mañana, la tarde o la noche (con audífonos y perdón si soy reiterativa, ustedes saben…los vecinos). Las esotéricas pueden encontrar un millón de meditaciones en libros, audios y en internet, las religiosas crear su propio rincón para orar.

Nadie puede decirnos qué hacer con nuestra soledad. Este artículo no busca que nos llenemos de actividades para huir de ella, sino que encontremos maneras de aprovecharla.

Tu soledad es tuya y puedes hacer con ella lo que te plazca…inclusive, compartirla