No importa qué edad alcancemos, siempre tenemos la posibilidad de «meter la pata», hablar más de la cuenta, meternos donde no nos han llamado, opinar sobre la vida de la gente. Y bueno, es humano, pero… a los cincuenta o más, vale la pena tomarnos el trabajo de pensar antes de hablar, juzgar menos y dejar a los demás en paz.
Ponerse en los zapatos del otro
A mí me enseñaron hace mucho tiempo, que para entender a los demás, hay que ponerse en sus zapatos. Y si, digamos que es un buen intento. ¿Alguna vez les han prestado un par de zapatos? Pueden estar pensando que es sólo una metáfora, que estoy hilando muy fino. Pero no. Volvamos a los zapatos. A menos que ustedes tengan el mismo peso del dueño de los zapatos, los pies exactamente iguales, los mismos gustos, que hayan caminado la misma cantidad de pasos, que hayan ido a los mismos lugares (llego hasta aquí porque hay muchos factores que van a marcar la diferencia), no existe la menor posibilidad de que ustedes sepan cómo se siente la persona con esos zapatos.
Claro que es importante hacer el ejercicio de tratar de ponerse en el lugar del otro, es una invitación a la empatía, a intentar comprender o respetar sus sentimientos, emociones, actos, decisiones.
Yo no sé ustedes, pero alguna vez he dicho «yo en tu lugar…» y me he lanzado a pontificar con buena intención (de buenas intenciones está tapizado el infierno), qué haría yo en el lugar de la otra persona si estuviera viviendo lo mismo (me excuso, espero no volverlo a hacer). No me gusta cuando alguien me dice, «yo en tu lugar haría…». No es posible que esté en mi lugar, no sabe qué se siente estar bajo mi piel, no ha vivido mi historia, no siente como yo.
Suele suceder, al llegar a la cincuantañez y más (a veces pasa antes), que nos atribuimos el don de saber quiénes son los otros, cómo deberían vivir, nos convertimos en jueces, lo aprendimos de nuestros mayores. Y es cierto que la experiencia nos da una cierta claridad, que permite ver algunas circunstancias de la vida desde una perspectiva más práctica. Es reconfortante poder dar un consejo, aportar a la vida de otra persona. Pero cuidado, mi padre decía: consejo no pedido, consejo mal recibido. Ah y ¿saben? tener muchos años no nos hace sabios automáticamente, nos hacemos más sabios cuando aprendemos de los errores (a veces tenemos que cometerlos muchas veces).
No todos nacen para ser héroes
Están de moda los testimonios de personas han logrado salir adelante, a pesar de todo tipo de condiciones adversas (físicas, económicas, mentales) y se han convertido en inspiración para unos y presión social para otros. Yo las admiro, pero también pienso que no todos tenemos madera de héroes, que cada cual vive sus circunstancias de vida como puede, que cada lucha debe ser respetada, que compararnos con otros sólo nos lleva a sentirnos superiores o inferiores. Todos, con o sin limitaciones, nos enfrentamos a la existencia usando los recursos que tenemos adentro, producto de nuestra forma particular de sentir, de nuestras creencias, de nuestra historia, de nuestra educación. Cada vida tiene sus propios actos heroicos, que por ser anónimos no dejan de ser valiosos.
Frases…
Pero ¿por qué tenemos esa tendencia natural a creer que sabemos cómo deberían vivir o actuar los demás, especialmente cuando nos hacemos mayores?
Quienes vivimos la cincuentañez y más en el siglo XXI, tenemos una mezcla de educación represiva y discurso mágico optimista. Nos debatimos entre las culpas que arrastramos de nuestra infancia y la obligación de ser felices.
Aquí algunas perlas de nuestra niñez:
- Cómete todo, mira que hay niños que se están muriendo de hambre (culpa)
- ¿Tu de qué te quejas si no te falta nada? (más culpa)
- No llores por bobadas (tu dolor es una bobada)
- Aprende de … ( eres poca cosa)
- No pasa nada ( y pasa todo)
- ¿Otra vez va a llorar? (si y qué)
- Eres igualita a… (condena eterna)
- Le voy a contar a tu papá, te va a llevar el coco, te irás al infierno (miedo)
Y ahora, las de los nuevos tiempos:
- Todo saldrá bien (¿puedes garantizarlo?)
- Tu eres capaz de todo si te lo propones ( ¿en serio, de todo? )
- Tu único deber es ser feliz ( si, claro)
- Mañana será otro día ( eso lo sé, pero es ahora cuando me siento mal)
- Visualiza tus sueños para que se hagan realidad ( no tengo claros mis sueños)
- Sueña en grande ( ¿se pueden medir mis sueños?)
No estoy diciendo que nos educaron mal, de hecho nuestros padres y nosotros, hemos hecho las cosas de la mejor forma posible. Tampoco quiero dar a entender que las tendencias de pensamiento positivo son erróneas, para nada. Sólo digo que que a estas horas de la vida, no tragamos entero. Somos una generación de mujeres mayores de cincuenta, sin referentes. No todas queremos vivir nuestros últimos años (la esperanza de vida en estos tiempos es de 80 años o más) disfrutando de los nietos, jubiladas, mirando las horas pasar, envejeciendo plácidamente con una pareja. Somos una generación que vivió la revolución sexual, con profesiones y proyectos de vida propios, independientes de los deberes familiares. La espiritualidad ha trascendido las religiones y nos hacemos preguntas que la mayoría de nuestras madres y abuelas no se hicieron (al menos públicamente).
Hemos llegado lejos, pero nuestra educación y nuestra historia a veces nos empuja a repetir roles y hábitos que ya están mandados a recoger. Les propongo que nos relajemos, que dejemos de compararnos, que nos apoyemos, que dejemos de juzgar a los que piensan y actúan de manera diferente a nosotras.
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