Yo me he considerado una mujer valiente. Cuando las cosas se han puesto difíciles, he sacado fuerzas que ni siquiera sabía que tenía. Sin embargo, anoche reconocí en mí, un miedo nuevo.
El jueves 21 de noviembre, se realizó un paro nacional con marchas por todo el país. Al terminar la tarde, en diferentes puntos de Cali, mi amada ciudad, grupos de vándalos empezaron a causar daños a locales comerciales y a amedrentar a la población. El alcalde dio la orden de toque de queda y de repente todos estábamos, no solo presos en nuestros hogares, sino siendo amenazados por grupos de violentos que querían entrar a los condominios. Las redes enloquecieron con mensajes, videos y noticias verdaderas y falsas. Mis piernas temblaban, me dolía el estómago, pero a pesar de todo, bajé con mi hijo a reunirme con mis vecinos. Respirábamos zozobra, todos con los celulares en la mano, algunos con palos, bates de baseball, un arma sobre el mesón de la portería.
Los rostros vecinos que sólo había saludado eventualmente y cuyos nombres no conocía, de repente tuvieron miradas, voces, risas, miedos. Y no sé cómo, un montón de desconocidos nos convertimos en comunidad, todos dispuestos a protegernos, a hacer un frente común si se presentaban los violentos. Las horas transcurrieron entre suposiciones, noticias, vigilancia a través de las cámaras del edificio y de las rejas que nos separan de la calle. Una camioneta de la policía pasó por la calle, algunos aplaudieron y seguimos en el papel de vigilantes. Entonces el miedo empezó a disiparse. Aunque las sirenas de los edificios vecinos sonaban y nos ponían el corazón a mil, el sabernos unidos, nos fue tranquilizando. Poco a poco cada uno retornó a su apartamento, hasta que el portero quedó solo, con la firme promesa de los que nos íbamos retirando, de acudir en caso de necesitar apoyo. Creo que la mayoría de los habitantes de la ciudad dormimos a saltos, seguro muchos no lograron conciliar el sueño. Hoy nos levantamos cansados, pero distintos. Ayer tenía vecinos, hoy desperté con nuevos amigos.
Uno cree que las cosas les suceden a los otros; son ellos los que se enferman, se accidentan, son asaltados o sufren algún tipo de violencia. Y uno los mira como «OTROS», esos que arman dramas, que se desmoronan con las crisis, que actúan de manera diferente a como nosotros lo haríamos en su lugar. Pero no es así. No hay «OTROS», todos estamos conectados, no estamos solos. Nuestros actos, pensamientos, palabras, nuestra energía se conecta con la de los demás y cuando logramos hacer conciencia de esa conexión, el miedo pierde su poder y nos acercamos a la paz.
Este articulo tiene como título ELIJO LA PAZ. Pero no una paz para mí sola. Elijo conectarme con quienes me rodean, aunque piensen distinto a mí. Sentirse solo no tiene nada que ver con la soledad física. Nos sentimos solos cuando no nos importan los demás, cuando lo que piensen, sientan, vivan, hagan, nos es indiferente. Muchos de nosotros nos hemos sentido ignorados, separados, segregados en algún momento de la vida. Es una sensación demoledora. Pero de igual manera, también nos hemos sentido acogidos, amados, acompañados. Entonces han salido fuerzas nuevas, nos levantamos y seguimos adelante.
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