Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa..
Fragmento del poema ¿Que cuántos años tengo? de José Saramago
El amor de los amantes, de los que se desean, se tocan, se besan; de los que tomados de las manos, caminan por las calles; de los que se escuchan entre palabras, respiraciones, suspiros, gemidos, silencios; de los que se extrañan, se sueñan, se huelen, pecan, se perdonan.
Se dice que a cierta edad somos más pausados, que la pasión es cosa de la juventud, que con los años sólo deseamos la placidez de los desayunos con periódico y café, los almuerzos programados en la puerta del refrigerador, las comidas ligeras, la pastilla para dormir, la interrupción del sueño en la madrugada, los ronquidos, las buenas noches y un roce de labios, los buenos días y un no dormí nada, la cita médica, el ungüento para la rodilla, las vitaminas.
Y no es que reniegue de todo eso, es parte del paquete de hacerse mayor. Lo acepto. Entiendo que después de años de convivencia (amorosa, tóxica o indiferente), la pasión decrece, no sólo por la rutina, sino en general por la vida misma. Pero no es la norma.
Puede ser que el cuerpo se transforme, que con los años te vuelvas más exigente, que presumas con la frase «cualquiera no entra a mi vida», que defiendas con ahínco que tu paz no tiene precio, que la libertad no la negocias. Pero podría suceder que un día, caminando por ahí desprevenida, desprevenido, te tropieces con una mirada, una voz, un «no se qué», y tu corazón lata con fuerza y tus vísceras se revuelvan rebeldes.
¿Será una arritmia? Las historias clínicas deberían incluir la preguntas «¿está usted enamorada?», «¿tiene el corazón roto?», creo que la respuesta ahorraría muchos exámenes de sangre, electrocardiogramas y holters incómodos. El especialista entonces, miraría a su paciente con simpatía o compasión y le diría, dándole una palmadita en el hombro, tiene el corazón en perfecto estado, no se ha olvidado de amar.
Pasión y Madurez
La pasión… ese sentimiento desbordante, irracional, impulsivo. Desbordante, porque nos arrastra a lugares impensados; irracional, alejado de la lógica; impulsivo, su motor es la emoción. Se puede sentir pasión por una persona, un arte, un deporte, una forma de conocimiento, una ideología. Puede haber pasiones pasajeras, que mueren rápido o pasiones que transcienden al tiempo, se profundizan, se cultivan.
Independientemente de que una pasión pueda ser fugaz o duradera, no hay ninguna razón por la que sea ajena a la madurez. Hace cien años la esperanza de vida promedio era de 55 a 65 años; en el siglo XXI, se ha elevado a 80 años en muchos países. Las venerables ancianas y ancianos de hace cien años, hoy van al gimnasio, llevan vidas saludables, trabajan, exploran la vida de manera diferente, se vuelven a enamorar. A pesar de todo, el imaginario social sigue intacto.
Los que sobrepasamos los 50 años somos considerados ancianos en las noticias, los temas que en teoría nos interesan son los relacionados con nuestra salud (enfermedad), familia y remembranzas. Pero el amor, la pasión y las aventuras (de todo tipo), son una ridiculez en la mente de muchos y quienes las viven son tildados de inmaduros, que no han aceptado el momento de la vida en que se encuentran.
Hagamos una revolución. Salgamos a vivir sin temor al que dirán (igual siempre hablarán), contagiemos nuestras ganas de vivir, de amar, de sentir pasión por lo que hacemos. Que sea una aventura el café de la mañana, el beso de buenos días salido del alma (y del cuerpo), el abrazo antes de dormir. Soltemos el pudor, aprendamos a bailar solas, a celebrar nuestros propios chistes (y los de los demás), a salir a la calle y andar por ahí sonriendo porque sí. Y si el amor toca a la puerta, pues…¡A vivirlo al mejor estilo de cincuentañez y más, es decir, AL MÁXIMO!
«¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!»
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo
otros “que estoy en el apogeo”.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!…
¡Estás muy viejo, ya no podrás!…
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa..
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas…
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!… ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo
y hacer lo que quiero y siento!
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!

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