No sé si es un privilegio o una tragedia, vivir una pandemia. Un monstruo microscópico saltó de un animalillo silvestre, a la especie más estúpidamente prepotente de la creación. Y desde su minúscula existencia, se filtró por narices, bocas, ojos, reptó por las gargantas, se metió en los pulmones, impidió el paso del aire imprescindible y le abrió la puerta a la muerte.
Esta civilización conectada por la tecnología, pero descompuesta por la ambición y el individualismo, se vio un día atrapada detrás de las puertas, sin abrazos, besos, apretones de manos, sin certezas.
La falsa seguridad
No es que todo haya cambiado de un día para otro, que esa vida a la que nos habíamos acostumbrado un virus se la llevó abruptamente. Lo que sí sucedió, casi de un día para otro, es que nos vimos obligados a detenernos, a ver más allá de las rutinas, a mirar nuestras relaciones, a encontrarnos con nosotros mismos.
Me dirán que no tengo razón. Pueden decirme que en el mundo hay personas que tienen todo asegurado, el pan, el techo, el dinero a fin de mes, la salud, el estómago lleno, el sueño tranquilo; me pueden decir que hay otros que en cambio, no saben qué comerán al día siguiente; otros que sufren una enfermedad y es un enigma si estarán vivos al llegar la noche o el próximo domingo; me pueden decir que existen los que tienen su cabeza llena de fantasmas, de miedos, de dolencias psiquiátricas, de adiciones, de malos sueños estando dormidos o despiertos. Estoy completamente de acuerdo. Pero la mayoría, desde los que se pasean por esas vidas aparentemente tranquilas y plácidas (nadie sabe lo de nadie), hasta los que viven del día a día, tienen una certeza, una rutina, algo que hacen de la misma manera todos los días, algo que les permite experimentar la ilusión de seguridad, de permanencia, algo, aunque minúsculo, fijo.
Este miedo global, acabó con un montón de certezas. Y no reniego de eso. Ojalá no necesitáramos de experiencias extremas para aprender a pensar en los demás, para degustar el pan del desayuno, la sonrisa del vecino, la canción del pájaro, la música, la lluvia, para exprimir la VIDA.
Bienvenido el cambio
Yo soy una mujer de acción, me gusta el trabajo, la gente, la aventura, el deporte; me precio de disfrutar a pierna suelta de una libertad ganada a pulso, de ser capaz de valerme por mí misma, de ser independiente, fuerte, autosuficiente. Llevo más de dos semanas confinada a mi casa. El inicio de pandemia me atrapó con un virus local, tos, flemas, dolor de cabeza y sobre todo, MIEDO.
¿Miedo? ¿De qué puede sentir miedo una mujer así? No los enumeré todos, no crean que he venido a confesarme. Pero sí, les contaré sobre algunos de ellos. Esta pandemia me agarró con el miedo a no poder seguir haciendo el trabajo que amo; de ser contagiada, de enfermar y ser incapaz de respirar por mis propios medios; miedo a pedir ayuda, a tener que tragarme el orgullo; miedo a no ser capaz de estar en paz conmigo misma por tanto tiempo; miedo a enfrentarme a esas preguntas que, a esta edad, después de los cincuenta, me hacen mirar hacia atrás, hacia mi presente o hacia el futuro, cuestionando el sentido de mi existencia.
Valiente no es quien no siente miedo, valiente es quien lo enfrenta
Y bueno, no tengo todavía todas las respuestas. Voy con mis miedos, mirándolos a la cara de uno en uno. He encontrado que me caigo bien, que me gusta lo que veo en el espejo aunque diste tanto de lo que se supone que yo sea. He encontrado que puedo ir más despacio. En ese aspecto confieso que voy aprendiendo; espero que cuando todo esto pase, pueda salir a la calle y caminar más lento; andar en mi carro sólo para lo indispensable (porque quiero ser parte de los que se apuntan a un planeta más limpio); dejar descansar el celular; observar más a la gente que va por la calle; dejarme seducir con más frecuencia de la luna, apreciar los atardeceres, disfrutar de la brisa de la tarde. Me he enamorado de mi hogar, ese lugar que por estos días ha logrado convertirse en ciudad; he aprendido a estar mucho tiempo en silencio, sin que mis propios pensamientos me avasallen a gritos.
Me falta aprender mucho más y espero que de esos aprendizajes termine siendo más liviana, más amorosa, mas empática.
Volviendo al inicio de este artículo, vivir esta pandemia, es una oportunidad. No siempre las oportunidades visten bellos y coloridos ropajes, a veces queman o duelen. pero ya que están allí, podemos tomar la opcion de aprovecharlas.
Para concluir, deseo de todo corazón que ustedes y los suyos, se encuentren bien, que se cuiden, que entre todos nos cuidemos.
#yomequedoencasa
UN REGALO
Deja una respuesta