Me han dicho, felicidad, que vienes embotellada,
que sonríes tras dentaduras perfectamente falsas,
que recorres caminos en brillantes autos nuevos,
que duermes en camas con espaldares mullidos,
y que estás en amores perfectos
de príncipes azules y princesas rosas.
Felicidad…
Me gritan que estás en oferta
de objetos que nadie necesita,
que llenas armarios, que cubres paredes,
y que te instalas en lujosas poltronas
en las que quizás, sólo los gatos descansan.
¡Ay! Felicidad…
Te escondes de los que te ponen precio
y de los que con poder y la fama, intentan atraparte.
Felicidad traviesa…

.
No tengo todo lo que quiero, pero sí todo lo que necesito
Es difícil establecer la línea que separa lo que quiero, de lo que necesito. Voy por un centro comercial, paso por un almacén de ropa para deporte (una de mis grandes pasiones) y me detengo en seco. Algo dentro de mí empieza a moverse, como si se encendiera el motor de los deseos. Entonces olvido que tengo un montón de camisetas para entrenar, de todos los colores y marcas. Ni se diga de los tenis, divinos, con tecnología de punta y suela de un material extraterreste. Es como si sufriera de amnesia y de repente una camiseta fuscia me grita desde el maniquí «VEN, CÓMPRAME, TÚ ME NECESITAS».
Y este diálogo se extiende mucho más allá de las cosas que se pueden comprar. Voy caminando por el mismo centro comercial y desde un cartel enorme, una mujer joven, bronceada y delgada, me dice «necesitas ser como yo», «necesitas un abdomen plano», «necesitas ser joven», «necesitas deshacerte de tu celulitis», «necesitas senos más grandes, más firmes», en resumen, «necesitas dejar de ser TU para ser feliz».
Ah y ni se diga cuando hablamos del carro, del celular, de los muebles de la casa, de los objetos inútiles con los que llenamos la cocina, de los aparatos de hacer ejercicio (ojalá los estén usando en estos tiempos), que terminan convirtiéndose estorbo o peor aún, que nos miran desde su rincón, diciéndonos «no comas tanto, párate de la cama y ven a usarme de una vez por todas», así que les ponemos una toalla encima para que no molesten y seguimos viendo el siguiente capítulo de la serie que nos tiene adictas.
Y bueno, llegué a las series. Yo no digo que no veamos televisión, es una gran entretención, también me gustan las series, pero…¿en serio necesitamos estar pegadas a la pantalla por horas y horas para ser felices? (o quizás para olvidar que no lo somos…).
Y bueno, no seguiré porque creo que el punto ya está claro. Este diálogo entre lo que veo en vitrinas, publicidad en internet y prácticamente en TODAS partes, es permanente, una especie de mantra, necesito comprar, necesito tener…
Lo que realmente necesito

Les aseguro que no estoy en contra de que exista el comercio o de que ofrezcamos nuestros servicios o vendamos lo que producimos. Para nada. Pero pienso (como hemos podido comprobar durante esta temporada), que muchos de nosotros tenemos mucho más de lo que realmente necesitamos.
Es casi seguro que cuando las cosas se normalicen, yo vuelva a entrar a una tienda de ropa deportiva y quizás me compre otra camiseta, pero también es muy probable que me haga una pregunta antes de comprarla: ¿realmente la necesito? Y me responda: no la necesito, pero la quiero.
¿Será que es NECESARIO tener todo lo que quiero? Y ahora sí, yendo un poco más profundo, me hago otra pregunta: ¿por qué siento que necesito esto si ya tengo suficiente? Y la última pregunta: ¿mi vida será mejor cuando lo compre?

Ahora sí llegué a donde quería. Quizás lo que CREO que necesito, es lo que CREO que hará que mi vida sea mejor, más amable, que tenga más momentos felices, que valga la pena levantarme cada día, que me de la fuerza para seguir adelante aún cuando las cosas se pongan difíciles.
Dicen por ahí que entre más feliz es una persona, menos cosas necesita. Es posible. Habría que entrar a definir «feliz«. Unos dicen que la felicidad total no existe, sino que sólo hay momentos felices; otros dicen que la felicidad es paz; otros dicen que la felicidad es una idea, un utopía. Lo que yo pienso es que mi felicidad es mía, que mi felicidad no puede definirse, pero como el aire, puedo sentirla. Y la siento a ratos y me gusta que esos ratos sean más frecuentes que los tristes, o los angustiosos; me gusta cuando esa felicidad se me sale por los ojos, por la piel, por la sonrisa, por mis palabras. Para mí, la felicidad es algo que cuando la vivo, no me queda más remedio que compartirla.
A mi me da felicidad estar aquí, escribiendo; me da felicidad tener metas y sueños, trazarme caminos para alcanzarlos y vivir con pasión mientras los ando. Me dan felicidad cosas muy sencillas, un abrazo sincero (ya volverán los abrazos), una buena carcajada, una película, una canción, un libro, un atardecer que me conmueva; me dan felicidad esos momentos que me llenan el alma.
Deja una respuesta