Cuando empezó toda esta hecatombe global, en la que nos vimos obligados a cambiar nuestras rutinas en medio del confinamiento, tuvimos la oportunidad de experimentar algo inusual en estos tiempos: el silencio. De repente, las calles no sólo estaban vacías de carros, sino de ruido. Parecía, incluso, que hasta los pájaros se levantaban más temprano a trinar, éramos conscientes del susurro del viento, el tiempo empezó a andar despacio, como con pereza.
Este silencio externo, para algunos, fue una oportunidad para escuchar a los seres queridos y a sí mismos; para otros, en cambio, fue una tortura… estaban acostumbrados a oír, pero no, a escuchar.
El Arte de la conversación

Conversar es, definitivamente, un arte. Y como tal, debe ser cultivado con amor, esmero, pasión. Para conversar se necesitan, al menos, dos personas, dispuestas a escuchar, esperar, respetar y expresar. Parece simple, podrían decir, todos sabemos hacerlo. Pero no es así.
El arte de la conversación ha sido reemplazado por un afán absurdo de tener la razón, de escuchar para contestar y no para comprender, conocer, alegrarnos, acompañar, sentir curiosidad, aprender, comunicar, estar. Y ni se diga de las conversaciones internas, esas que sostenemos con nuestras dudas, miedos, sueños, añoranzas, recuerdos, inseguridades. Esas son acalladas por todo tipo de distractores (ruidos) externos.
Hoy me encontré con una charla en la plataforma TED. En ella, Celeste Headlee (periodista, escritora, oradora y música norteamericana), se refería a 10 maneras de tener mejores conversaciones. Y me gustó mucho. Ojalá la escuchen, vale la pena. Quiero compartirles la primera recomendación: «no haga otras cosas mientras conversa, y no se trata sólo de dejar el celular a un lado, esté presente, ahí mismo, no piense en otra cosa, si usted quiere salir de la conversación, salga de ella, pero no esté mitad adentro y mitad afuera». En resumen, guarde silencio, preste atención, escuche. Aquí les dejo el link de la charla, por si tienen tiempo y se animan a escucharla. (Haz click aquí: Celeste Headlee)
Los nuevos enemigos del silencio

A pesar de que nosotros, los que ya pasamos los 50 años, venimos de hogares donde la tecnología, durante nuestra infancia, se reducía a un televisor familiar, la radio y las historias de los adultos, aprendimos a ser adictos a las pantallas y temerosos del silencio.
El silencio tiene un enemigo poderoso: la tecnología. Ojos que, al despertar, saludan al celular antes que a su familia, o a sí mismos; televisores encendidos sin haber dado el primer paso en la mañana; desayunos acompañados de redes sociales; llegan primero los buenos días virtuales, que los «presenciales» (virtual, presencial, las palabras de moda).
No hay lugar para el silencio; las salas de espera, los parques, los patios de recreo, las noches de insomnio, todos con los ojos y la mente absorbidos por pantallas de todos los tamaños; los audífonos convertidos en extensiones de los oídos.
Sin embargo, con todo ese ruido a nuestra disposición, tuvimos la experiencia del silencio. Ahora, las calles han vuelto a llenarse; los vendedores han salido a ofrecer sus productos con megáfonos o con sus propias voces, muchos cantantes se vieron forzados a hacer shows callejeros, los rugidos de la calle se nos metieron de nuevo por la ventana.
Yo extraño ese silencio que al principio me pareció intimidante. Aprendí a escuchar mi corazón, mientras miraba por la ventana y sólo me acompañaba de un café recién colado, que acunaba con mis manos. Y sí me atormentaron unos cuantos pensamientos, esos de la vida práctica, uno que otro miedo, la ansiedad por la pérdida del día a día rutinario; pero el coro de pájaros, interrumpido por el silencio, logró apaciguar mis pensamientos.
Ahora que han vuelto los ruidos urbanos, he decidido continuar escuchando el sonido del silencio. Hace varios meses mi celular anda mudo. Y no es que se haya dañado, no, para nada. Es que decidí quitarle todos los sonidos, para ser libre de elegir cuándo mirarlo. Me he permitido dejar un espacio para mis pensamientos, los míos, en lugar de los impuestos por las noticias, los medios de comunicación, los mensajes falsos de las redes. Y tengo el firme propósito, de practicar el silencio, mientras disfruto del maravilloso arte de conversar.
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