«Los refranes son dichos populares y anónimos pero la finalidad de ellos es transmitir una enseñanza o mensaje instructivo, moral o de sabio estimulando en el individuo la reflexión moral e intelectual (1)». Me gustó mucho esta definición, ya que el refrán, deja de ser una verdad aceptada por todos y se convierte en un instrumento de reflexión.
Tengo la costumbre de ver todo de manera transversal, es decir, ver los diferentes escenarios del mismo tema. Y como se podrán imaginar, no vengo a hablar exclusivamente del tema de comer y tampoco de esa expresión tan latina, como es «estar contentos». Es que el refrán amarró ambas ideas y las convirtió en una especie de norma tácita a seguir. Como quien dice, el que tiene la barriga llena, por consecuencia, debería estar contento. Y entonces yo me pongo a pensar, no sé ustedes, que mi barriga no es sólo una bolsa con dos hoyos; por uno, le entra comida, hasta llenarla y luego, se abre otro, por donde sale y vuelve a quedar vacía. Si siguéramos la línea del refrán, entonces diríamos, ¿barriga vacía, corazón triste?, o sea que ¿tenemos que andar llenando la barriga para seguir contentos?
Pueden estar pensando que estoy hilando muy fino, y si, seguramente tienen razón, pero conozco a varias personas, que cuando sienten hambre, se convierten en ogros gruñones y a otras, que el hecho de comer, les produce un placer indescriptible. Y no estoy diciendo que no sea lógico lo uno ni lo otro, comer, de hecho, además de ser indispensable para la supervivencia, es un placer y el hambre, por un tiempo prolongado, no es una sensación placentera. ¿Entonces el refrán tiene razón, es una verdad a ojos cerrados? Bueno, verdades absolutas, no hay muchas y este artículo no vengo a cuestionarlas o a defenderlas. Lo que pretendo hacer, es ir más allá.
Los humanos somos, como todos los seres de este maravilloso planeta, organismos perfectos, con sistemas eficientes, que nos permiten la experiencia de la vida. Tenemos nuestro sistema nervioso, con su red de comunicaciones mejor que todos los servidores de internet, comandado por el cerebro, eficientísimo capitán de esta nave, llamado cuerpo; el sistema circulatorio, un complejo vial, que tiene su centro de operaciones en el corazón, símbolo del amor, capaz de entregar nutrientes a cada célula, y recibir de ellas lo que hay que desechar; el sistema esquelético, armazón que sostiene nuestro cuerpo, todo un desafío de ingeniería; el sistema muscular, que lo mueve (por dentro y por fuera) y le permite desplazarse y ser independiente; el sistema endocrino, con sus mensajeros, responsables del equilibrio químico de las células, los tejidos y los órganos; el sistema respiratorio, símbolo de la vida misma, respiramos sin pensarlo, pero morimos, si dejamos de hacerlo; el sistema urinario, a través del cual eliminamos las sustancias que no necesitamos más y que transporta la sangre; el sistema reproductor, que permite la permanencia de la especie; la piel, nuestro increíble vestido, que se transforma todo el tiempo y de la que hablaremos en otro artículo, como se merece; y dejé de último, el sistema digestivo, responsable de recibir los nutrientes, transformarlos, entregarlos de manera que puedan ser utilizados para nutrir las células y finalmente, expulsar lo que nuestro cuerpo, no necesita. Y cada sistema, de manera perfectamente sincronizada, se comunica y se complementa con los otros.
Ahora sí, volvamos al tema de la barriga llena y el corazón contento. Pensemos de nuevo en esa bolsa que es mucho más que un contenedor; reflexionemos en lo que sucede desde el primer momento en que nos llevamos un trozo de comida a la boca, cuando los receptores de la lengua, reconocen los sabores, los dientes, empiezan a desmenuzar los bocados con ayuda de las glándulas salivales. Pensemos en el tiempo que usamos para ese proceso, el lugar donde estamos, en qué pensamos cuando lo hacemos, qué tanto lo disfrutamos, con quién compartimos ese precioso momento. Cuando ya está listo y bien desmenuzado, ese bocado se desliza suavemente por la faringe y el esófago, una autopista con movilidad privada, que ayuda a que llegue por fin al estómago, la supuesta bolsa, esa que se llena y luego nos pone contentos.
Entonces, en ella, suceden cosas maravillosas; como una batidora, el estómago mezcla los alimentos con los ácidos y las enzimas y como un laboratorio de última generación, los descompone químicamente, proceso que puede tomar entre dos y cuatro horas, dependiendo de lo que hayamos comido. Y aún no hemos llegado al final del camino que recorren los alimentos de principio a fin en nuestro aparato digestivo.
Pero me detendré en este lugar, que coloquialmente llamamos barriga. No sé ustedes, pero el sólo hecho de describir lo anterior, me ha hecho pensar mejor en la forma en que me alimento, qué le doy a mi cuerpo, dónde, cuándo, qué y cuánto. Aunque, por lo general, intento ser muy consciente de este proceso, debo decir, que al haberlo resumido de esta manera, me hace verlo desde otra perspectiva.
Definitivamente comer es mucho más que llevarse objetos comestibles a la boca; puede ser un acto automático, como cuando comemos crispetas (palomitas de maíz) mientras vemos una película, o, al contrario, un acto consciente, una oportunidad para honrar la vida y para agradecer a todos los involucrados, en hacer que los alimentos lleguen a nuestra mesa. Es, en este momento, en el que nuestro corazón, está verdaderamente contento.
Cuando yo era niña, mi padre tenía una norma a la hora de las comidas: en la mesa no se habla de nada desagradable. Esa norma nunca se rompió, o al menos es lo que recuerdo; yo, he intentado mantener esa tradición en mi vida.
Los invito a recuperar el momento de comer, de alimentarse, como algo sagrado; no comer sólo para llenarnos, sino para nutrir nuestro cuerpo, nuestro ser y claro, para estar, más contentos.
(1)https://www.significados.com/refranes/).

Deja una respuesta