Todos necesitamos sabáticos, dormir un poco más, vaguear sin remordimientos, guardar las agendas, ser dueños de nuestro tiempo. Sin embargo, no estamos diseñados para vivir eternamente en modo vacaciones. Nuestro SER, necesita retos, pequeños o grandes desafíos que nos recuerden de qué estamos hechos.
Hablemos un poco de la zona de confort

Palabras más, palabras menos, la zona de confort es un estado en el que nos sentimos seguros y en control, alejados de los riesgos y con tendencia a la pasividad. Puede abarcar las relaciones, el trabajo, los hábitos, las creencias y en general, todas las dimensiones de la vida; aparentemente estamos cómodos, tranquilos y libres de presiones. Parece ideal ¿verdad?
Pues resulta que cuando la zona de confort se prolonga por mucho tiempo, termina por atraparnos en su círculo paralizante. Los grilletes de la comodidad son engañosamente atractivos. Es más, estar acostumbrados a algo, no siempre es estar bien; a veces somos felizmente infelices, pero preferimos eso, a renunciar a la ilusión de seguridad. Y bueno, no digo que sea una obligación salir de ahí, pero si queremos cambios, pues toca desacomodarnos.

Tranquilos, no estoy satanizando la zona de confort. Como todo en la vida, no es ni buena ni mala, depende de cómo la gestionemos. A continuación propongo una especie de Auto-test. Es muy fácil de hacer, no necesitamos sumar puntos, ni sacar lápiz y papel; y no hay resultados positivos o negativos. Sólo se trata de leer cada frase, contestar sinceramente y listo. Empecemos:
- Tienes una sensación de estancamiento en algún aspecto de tu vida.
- No logras motivarte para casi nada que implique algún tipo de esfuerzo.
- Tienes una alta resistencia a nuevas ideas, aprendizajes o maneras de hacer las cosas (incluida la tecnología).
- Sientes temor a asumir riesgos (por pequeños que sean, todos te parecen GRANDES).
- En general, tu vida se ha vuelto rutinaria.
- Nada te estimula a pesar de que no sientes que la rutina tampoco es placentera.
- Usas expresiones como «quizá», «vamos a ver», «un día de estos», «si yo pudiera», «me gustaría pero», etc.
- Hace tiempo que no aprendes nada nuevo.
- Dejas muchas cosas para después.
- Dices que tienes demasiadas cosas qué hacer y por eso no te queda tiempo para intentar algo nuevo.
- Tienes aversión a nuevos planes, relaciones, experiencias.
Si contestaste afirmativo en varios puntos, no necesariamente te ha atrapado la zona de confort, pero…es posible que te esté costando moverte, has pensado que si lo hicieras podrías estar mejor, pero no sabes por dónde empezar.
La zona de confort después de los 50

Después de años de responsabilidades familiares y laborales, lo mínimo que nos merecemos es una vida más tranquila, bajarle al estrés y a la velocidad. Pero… una cosa es descansar y otra, como diría mi madre, «apoltronarse».
No se trata de obsesionarnos por los cambios; al contrario, propongo encontrar un equilibrio entre el descanso, que todos merecemos y asumir nuevos retos. Y así como el excesivo descanso NO descansa, vivir todo el tiempo por fuera de la zona de confort, a todo vapor, es síntoma de que tal vez nos hemos convertido en adictos al estrés y a la adrenalina, lo cual, no nos hace más felices, ni más eficientes y en cambio, corremos el riesgo de enfermarnos (un riesgo muy alto). De hecho, bajar el ritmo es importante, nos permite volver al lugar donde nos sentimos seguros, para procesar nuestras experiencias y recargar baterías.
Entre las muchas ventajas que tiene salir de la zona de confort, quiero compartir algunas:
- Ayuda a conservar las capacidades cognitivas, lo que permite tener una madurez con mayor independencia y calidad de vida.
- Prepara para los tiempos difíciles.
- Devuelve la sensación de ser productivos (sentirse útiles).
- Permite expandir los horizontes, desarrollar la creatividad (nuevas experiencias).
- Y, mi favorita, cada nuevo logro, por pequeño que parezca, proporciona la maravillosa sensación de estar… VIVOS.
¿Por dónde empezar?

La verdad, no tengo una fórmula mágica para salir de la zona de confort. Sin embargo, en caso de que, después de habernos mirado un poquito (el test anterior tiene ese objetivo) y, reconocer, que sería excelente atrevernos a hacer cambios, pero nos da miedo, pereza, nos dicen que es una bobada, nos hacemos los locos o todos los anteriores, estos tres puntos podrían ser de utilidad:
Respetar los ritmos personales
Mientras algunas personas son capaces de hacer giros impresionantes sin mosquearse, otras prefieren ir un pasito a la vez, poquito a poco. Apresurarnos a dar un gran salto (a veces no hay otra opción), puede llevarnos a entrar en pánico y en lugar de avanzar, retrocedemos, o peor aún, quedamos «curados de espanto» para intentarlo de nuevo. Ahora bien, nadie nos garantiza que al otro lado nos vaya increíble (muchas veces es así), pero cualquiera que sea el resultado, nos quedamos con la satisfacción de haber dado la «pelea» y si las cosas no resultan como quisiéramos, podemos intentarlo de nuevo, pero de diferente manera.
Salir de la zona de confort es una decisión personal
Si, es una decisión individual. Sin embargo…la vida a veces se encarga de darnos un empujón y toca dar el paso, queramos o no. Si empezamos a entrenarnos en hacer pequeños cambios, tendremos recursos con qué responder, en el momento en que nos veamos obligados a enfrentar los desafíos que llegan sin previo aviso.
Contar con el apoyo de alguien en quien confiemos
Si salir de la zona de confort ya es todo un reto, lo es mucho más, si lo hacemos solos. Y no se trata de hacer que todo el mundo salte con nosotros, en absoluto, me refiero a contar con una mano (amiga, terapeuta, consejero, etc.), que pueda acompañarnos en el proceso, darnos ánimos cuando estamos a punto de tirar la toalla, estar allí si la cosa no sale como esperábamos o mejor aún, celebrar con nosotros los nuevos logros.

A veces, en medio del ajetreo del día a día, uno necesita un respiro, los pies cansados, agradecidos, se liberan del calzado; los brazos caen desmayados, como hilachas; el corazón baja su rítmica cadencia; los párpados caen como pesadas cortinas al final de la función; la mente calla, los oídos escuchan el silencio; la voz baja el volumen; la quietud toma asiento. Entonces, con las ganas recargadas, uno se levanta, mira hacia adelante y continúa LA MARCHA.
Deja una respuesta