Este no es un texto dedicado a la paciencia, que algunos definen como la «ciencia de esperar en paz». Quiero ir más allá, hablar de otro tipo de esperas, de esas que, atravesadas por los anhelos o por los miedos, parece que jugaran con el tiempo, lo detuvieran, como si la vida hubiera entrado en un limbo, a merced de un futuro inexistente, una especie de fantasma al que le gusta prometer cielos e infiernos.

La vida, a pesar de parecerse tanto a una obra de teatro o a una película, no se detiene, no tiene intermedios, no hay un timbre en ella, que anuncie que es hora de estirar las piernas, saludar a los amigos, ni tampoco tiene un botón de pausa, no puede retrocederse ni volverse a recorrer. Ella sólo sigue y sigue, y de un momento a otro, simplemente da un giro gigante o… llega a su fin.
La espera
Encontré algunas sencillas definiciones de la palabra ESPERAR. Compartiré algunas: «Tener la esperanza de conseguir lo que se desea, creer que ha de suceder alguna cosa, desear que algo ocurra, permanecer en un sitio donde se cree que ha de ir una persona o ha de ocurrir algo, parar en una actividad hasta que suceda algo.» (1)
La espera tiene relación con dos cosas: por un lado, con un evento que aún no ha sucedido y por otro, con lo que hace y piensa, cada persona, durante el tiempo que transcurre entre el inicio de la espera y su desenlace. Como quien dice, mientras esperamos que suceda eso que está aún en modo posibilidad (o que no suceda), nos sentimos atrapados en una especie de cámara criogénica de película de ciencia ficción; con la diferencia de que en la cámara, los viajeros del futuro están dormidos y en cambio, nosotros tenemos bellos sueños o pesadillas, pero estando despiertos.
¿Qué hacer con la espera?

Volvamos a la metáfora del teatro. Cuando vemos una obra o una película, son otros los que actúan, ríen, se enamoran, se derrumban, se iluminan, se condenan. En la vida, somos actores y espectadores al mismo tiempo. Sin importar que esperemos por algo o no, ella sigue su camino y nosotros, vamos con ella.
Cada persona espera a su manera: están los que se distraen con drogas, alcohol, series, internet, trabajo o con cualquier cosa que les ayude a evadirse, tanto como les sea posible, de esa sensación de impotencia, por no tener ningún control sobre ese futuro soñado o temido; por otro lado, están los optimistas, que aseguran y prometen que todo va a salir bien (aunque a veces, ni ellos mismos lo crean) y los pesimistas, a quienes sólo se les ocurren los peores desenlaces; muchos hemos caído, en algún momento o en varios, dentro de una de estas tres categorías.
¿Qué hacer entonces con la espera? Yo diría, Esperar menos y Vivir más. Mientras el futuro llega, siempre lo hace, sólo cabe VIVIR. Sólo existe este instante. Me encuentro con frecuencia frases como «lo mejor está por venir» o «mañana será mejor» y entiendo el sentido. Parece que los seres humanos necesitamos de la «esperanza», creer que en el futuro todo será mejor, que la vida sonreirá mañana. Y está bien, es humano, en momentos oscuros, necesitamos tener la esperanza de que hay una luz al final del camino. Pero…pienso yo, que si nos ocupáramos más de lo que tenemos a nuestra disposición ahora, que de lo que pasará en el futuro, podríamos ver que la luz siempre ha estado allí (atención que no estoy hablando de resignación, todo lo contrario, de acción, de tomar decisiones, pero este tema amerita su propio artículo).
¿Cuánto más vamos a esperar para empezar a sacarle gusto a la vida, o como dice el lema de CINCUENTAÑEZ Y MÁS, para vivir al máximo?

Todos esperamos, es un hecho…pero desesperarnos no cambia nada afuera y sí hace bastante daño, adentro.
Para mí ha sido un gran reto aprender a vivir en el momento presente; podría decirles que voy y vengo, pero cada vez me quedo más. Reconozco que de vez en cuando entro en el juego de la espera, del desasosiego de no poder controlar el futuro y mi cuerpo me lo cobra. Ya no me siento culpable cuando me doy cuenta de que ando enredada. Ahora… me detengo, tomo un respiro y me digo a mí misma con amor y compasión: tranquila, estás aprendiendo. Justo en ese momento me doy cuenta que he «aterrizado» y me regalo la oportunidad de aprovechar el presente.
¿Qué hacer para andar más «aterrizados»? Hay varias herramientas, en mi caso, tengo dos favoritas: la auto-observación y la meditación. Pero no son las únicas, está la oración, la escritura, el arte (en todas sus formas), la contemplación de la naturaleza, el deporte, hacer el trabajo a conciencia, disfrutar de pasar un tiempo con los seres amados, aprender cosas nuevas. En fin… cada persona puede encontrar su herramienta personal (o varias), para estar aquí, es decir, para apropiarse de la vida AHORA, en lugar de andar de espera en espera.
Como el río, a veces soy corriente impetuosa, otras, remanso. Como el río, fluyo, mientras voy haciendo camino.

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