A veces, caminando por la vida, en apariencia tranquila y serena, entre la brisa, el sol, la luna, el crepúsculo, un ventarrón, venido de quién sabe dónde o por qué, nos despeina en un santiamén, nos empuja, se arremolina a nuestro alrededor, nos desubica, inclusive, nos derrumba. Y entonces, nos miramos las manos sucias o vacías, el cabello desordenado, las ideas revueltas, el norte perdido, los pasos dudosos. A veces, nos encontramos viviendo falsas calmas; tormentas y torbellinos externos e internos, nos recuerdan que la vida es incierta. Y, aunque no nos gusten y sintamos miedo, desazón, tristeza, esos ventarrones están sólo para recordarnos que estamos vivos, que aún hay mucho para aprender, perdonar, agradecer, soñar.
Después de casi un año de pandemia, de la vida volteada al revés, de aprender a trabajar de otra manera, de apretar el bolsillo, entrenar la paciencia y la esperanza, cuando ya parecía que todo se había calmado y vuelto a la normalidad, en una salida de domingo, con la mejor compañía, mis amigos de ciclismo, pandebono y buñuelo, mi bicicleta y yo volamos juntas en un aparatoso y absurdo accidente. Ambas caímos sobre el prado; ella, salió ilesa, quizás una llanta desajustada, yo, caí pesada y adolorida sobre mi espalda. El médico no encontró lesiones graves, pero mi espalda no opinó lo mismo y durante nueve días, me ha obligado a través del dolor y la rigidez, a lo que menos me gusta: estar inactiva, pedir ayuda y decir, no puedo.
Este evento me sacudió en otros aspectos que quiero compartir. Pertenezco a esta generación de cincuentañeras y más, que aprendimos a ser autosuficientes, trabajadoras, madres, hermanas, tías, esposas, amas de casa y mucho más… Este ventarrón, este tiempo de estar quieta, de intentar comprender cuál es la lección que me está presentando, me ha hecho pensar en mí misma y en toda esta legión de mujeres maravillas.

¡BASTA! Si, basta de exigirnos más allá de nuestro propio bienestar y de sacrificarnos en una carrera loca por demostrar, porque la historia nos obligó a hacerlo, que valemos, que nos merecemos ser partícipes del progreso, de las decisiones del planeta, que no hay nada malo en nosotras, que aunque la religión por años se empeñó en hacernos parecer la causa del pecado, que somos valiosas, que no hay diferencias entre los sexos en cuanto a lo que somos capaces de aportar a la humanidad, que nos merecemos las oportunidades, la prosperidad, el éxito, el amor, el respeto, la paz. Pero tenemos que empezar por nosotras mismas, por velar por nuestro descanso, por alimentarnos bien (en todo sentido) y no dejar el peor o el último bocado para nosotras, por dejar por luchar tanto por demostrar y de una vez por todas, nos dediquemos a ser.
Hace poco estuve escuchando una conferencia y en ella hablaban sobre esta época de la vida en la que nos encontramos después de los 50. Le llamaban la segunda adolescencia, una etapa de reencuentro con nosotras mismas y nuestra propia identidad. Hablaban de esas nuevas mujeres maduras, unas abuelas, otras no, que los jóvenes ven, con sorpresa, salir a la calle a encontrarse con sus amigas, estudiar una nueva carrera, enamorarse de nuevo, ir al gimnasio, ponerse bellas para sí mismas, no para los demás. Y si, formamos parte de esa nueva generación de adolescentes por segunda vez, que en lugar de seguir el ejemplo sacrificado de nuestras madres y abuelas, estamos buscando nuestro propio lugar en el mundo, después de haber hecho tantas cosas por tanto tiempo, de haber velado por tantos, de haber renunciado a tanto.
Pero que en esta nueva adolescencia, no nos dejemos enredar y entremos, sin darnos cuenta, en nuevas carreras locas para demostrar que aún nos merecemos un lugar en este mundo, que envejecer no es un pecado o un defecto, que tenemos tanto derecho a vivir y a encontrar nuestros propios caminos como los que están empezando su propio caminar. Porque el camino no termina sino cuando damos el último suspiro y nadie sabe cuándo será. No hay ciudadanos de segunda clase, no hay personas que merezcan vivir más que otras.
Que cuando venga un ventarrón nos pille bien firmes por dentro, con todas las herramientas para empezar todas las veces que sea necesario. No para demostrar nada. Sino para SER, a plenitud.
Mi propuesta, mis queridas cincuentañeras y cincuentañeros y más, es que este 2021 que pronto va a comenzar, lo vivamos como nos lo merecemos, permitiéndonos ser, experimentar, expresarnos, descansar, amar, tomar decisiones, vestirnos, peinarnos, caminar a nuestro estilo, no para aparentar vernos jóvenes, qué cosa tan absurda, sino para sentir la alegría de estar vivas, vivos, de gozar la vida como cada persona de este planeta se lo merece: AL MÁXIMO.

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