Los NÚMEROS tienen un lugar preponderante en nuestras vidas. NÚMEROS que se multiplican con nuestras ocupaciones, NÚMEROS que no son importantes en la primera infancia y que pierden relevancia cuando tenemos el privilegio de vivir muchos años.
Desde que abrimos los ojos cada mañana, se avalanzan sobre nosotros un «sinnúmero» de números (perdonarán la redundancia): el tiempo en horas, días, años, el dinero que gastamos, recibimos o debemos, las fechas de cumpleaños, aniversarios, los turnos en el banco, citas médicas, el peso que ganamos o perdemos, cuánto calzamos, medimos, el saldo en la cuenta bancaria, el tamaño de las familias, los años en el colegio, la universidad, el coeficiente intelectual, el pico y placa, en estos tiempos de pandemia el conteo de contagiados o muertos, los límites de velocidad, el modelo los autos, su potencia, los segundos de espera mientras el semáforo cambia a verde.

Nuestras ciudades están organizadas para efectos de impuestos, subsidios y precios de los predios, en estratos (de 1 a 6, no de 1 a 20) y los que habitamos esas viviendas, nos «auto estratificamos», entramos en esa ilusión de progreso (o fracaso) personal en la medida que «subimos o bajamos» de estrato. Les otorgamos a esos números del poder de hacernos mejores que otros, escuchamos frases como «usted no sabe quién soy yo», en los colegios y universidades muchos «niños bien» desprecian a los que ven por debajo de ellos (no sé dónde lo habrán aprendido). Usamos ropas o zapatos de tallas con números pequeños, medianos o grandes, y terminamos «siendo» con orgullo o vergüenza, una talla. Vamos por la vida cumpliendo años, sí, ni modo, la única forma de no hacerlo es morirnos y los números que llevamos encima se van volviendo una especie de estigma, empezamos a negarlos, restarlos (sólo los niños se ponen más edad, con orgullo de ser grandes), cambiarlos y hasta olvidarlos. Porque «ser» de «cierta» edad ya no es «cool» y aparentar la edad que tenemos (este drama empieza desde los 30) resulta ser casi un insulto. Y puedo seguir con más NÚMEROS con los que permitimos que nos rotulen o con los que rotulamos a los demás. ¿Hasta cuándo seremos sus esclavos?

CINCUENTAÑEZYMAS, es hijo de un número. ¿Qué significa tener 50 años o más? ¿Qué significado tiene ese NÚMERO para un niño, un adulto joven, para quien alcanzó la tan temida cifra o siguió su camino hacia las siguientes décadas?
Casi todos los días escribo algo en mi diario personal. Es una costumbre que tengo desde niña. Me parece fascinante descubrir cuán creativa es mi memoria y cuánto ha cambiado mi manera de ver la vida en las diferentes etapas de mi existencia. Hace poco escribí que estoy ad portas de mi cumpleaños número 58. Observé esa cifra y me pregunté qué se siente estar a dos años de cumplir sesenta. Confieso que no supe definirlo. No supe definir, a ciencia cierta, qué se siente tener la edad que tengo. Entonces hice el ejercicio de compararme conmigo misma hace cinco, diez, quince, treinta años. Y de nuevo intenté hacerme consciente de qué sentía, pero descubrí que lo único que puedo es hacer es vivirme a mí misma, con mis experiencias, recuerdos, sueños, miedos, tristezas, alegrías, sensaciones y reflexiones, momento a momento.
Se me ocurrió que en esta etapa de mi vida (en todas), en este NÚMERO, puedo decidir jugar a las matemáticas de manera diferente. Si voy a restar, que sea prejuicios, afanes y comparaciones inútiles. Y a la hora de sumar, que sea libertad, amor por mí misma, sencillez, sentido del humor, respeto por los demás, conciencia, tiempo para mí y para los seres que amo.
Si, los números tienen poder, pero no por sí solos, tienen el poder que les damos. Como siempre, me gusta dejar invitaciones. En esta ocasión, te invito a dejar a un lado costumbres tan poco útiles como andar comparándote, compitiendo, intentando encajar en NÚMEROS que no representan quién o qué eres, te invito, a SER LIBRE.

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