A veces me da la impresión de que vamos viviendo de un paréntesis a otro y en los intermedios, tuviéramos pequeños espacios de «vida». Con frecuencia me escucho a mí misma usando expresiones como: «Ya casi salgo de esto», «salgamos de esto de una vez», «no veo la hora de salir de esto», «al fin salí de esto». Vamos por la vida intentando salir de un montón de situaciones que nos desagradan, nos aburren, nos duelen, nos mortifican. Y mientras vamos saliendo de todo, la vida se nos escapa.
Y yo me pregunto: ¿El problema serán esas odiosas obligaciones? ¿O será, tal vez, la manera en que las asumimos?
Ladrones del buen vivir

Dicen por ahí que venimos a este mundo a ser felices. Yo diría que venimos a este mundo a vivir lo mejor que podamos. No creo que haya demasiada gente que sea infeliz a propósito, que sufra por puro gusto, a menos que tenga tendencias masoquistas, que intente expiar culpas pasadas, cancelar karmas, que crea que el sufrimiento es una especie de escalera al cielo, que nació con mala estrella, en fin…seguro hay más causas. Pero lo que es seguro, es que la mayoría de nosotros quisiera tener una buena vida, UN BUEN VIVIR que a menudo se ve diezmado por unos ladrones, en apariencia invisibles, que se dedican a amargarnos la existencia: las odiosas esperas, los desenlaces no deseables, el miedo a lo que no ha llegado pero podría llegar, las pequeñas obligaciones que sumadas, se convierten en grandes y pesadas cargas.
Esos ladrones deshacen sueños, se meten bajo la almohada, envenenan las relaciones, alargan las horas, enferman, intoxican la existencia.
Ejemplos de ladrones, miles. ¿Quién de ustedes no ha querido salir de una vez por todas de un examen, una cita odontológica, una conversación difícil, un lunes, una operación, una sesión de ejercicio, una dieta, un almuerzo familiar, una decisión aplazada, un negocio difícil, una clase aburrida, en fin…tantas cosas de las que cada uno de nosotros quiere salir, para, al fin, vivir.
Yo elijo vivir (sin paréntesis)

Mi padre decía que su mayor defecto era la impaciencia. Decía que no le gustaba esperar, así que siempre lo acompañaba un libro. Cuando los tiempos se alargaban, sus pequeños ojos verdes, escondidos tras las gafas bifocales, se perdían entre lecturas esotéricas e iba subrayando, tranquilo, palabras, frases, escribía en las márgenes, imperturbable. Él convertía un ladrón de bienestar, la espera, en un momento mágico, hacía lo que más le gustaba en la vida: leer. De él aprendí esa bella costumbre, no sólo el placer de la lectura, sino el valor de la compañía de un libro cuando un ladrón de bienestar anda por ahí haciendo de las suyas.
No estoy diciendo que el secreto para disfrutar, en lugar de sufrir, un momento «entre paréntesis», sea leer. Aunque me parece una gran idea. Cuando mi hijo era pequeño, vivíamos en Bogotá, yo no tenía carro y cada día, cuando lo recogía en el jardín infantil, teníamos que esperar largo tiempo a que el bus que debíamos tomar, apareciera. A veces los buses pasaban tan llenos, que las esperas se hacían largas, pero nunca tediosas. Porque mientras el bus llegaba, jugábamos a contar carros rojos o blancos, leíamos los grandes avisos de la calle (sobra decir que aprendió a leer muy rápido), cantábamos, le inventaba cuentos.
Si…sé que es odioso ponerse de ejemplo, pero es que mi vida ha estado llena de esperas, de paréntesis y he aprendido no sufrirlos. No siempre he tenido éxito, pero puedo decir que mi sueño es tranquilo y que la desesperación no me ha llevado a ningún lugar que haya disfrutado.
Nos hemos vuelto facilistas, las pequeñas y grandes pantallas han logrado llenar los tiempos de espera, las horas se han encogido entre redes sociales, chats y series. Pero hemos olvidado, que a veces, esperar nos brinda la oportunidad de vivir momentos valiosos, como mirar al cielo y admirar un atardecer, recuperar nuestra creatividad…nos da pavor la incertidumbre, le tenemos terror al aburrimiento. Podríamos aprender a aprovechar la vida entre paréntesis y usar ese tiempo valioso para cantar, pintar, soñar, leer, aprender algo nuevo, observar, admirar, conversar, arreglar el closet, mover los muebles de la casa, preparar una receta nueva, lavar el carro, desempolvar la guitarra, escribir un diario, sacar un viejo álbum de fotos, jugar, caminar, dar un paseo en bicicleta, observar, meditar, plantar, y…sé que me quedé corta.

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