¿Qué dirán cuando sepan quién soy detrás de las puertas?
¿Quién soy yo cuando las puertas se cierran y nadie me ve?
¿Qué le respondo al espejo, cuando mudo me mira?
¿Cómo escapar de esos errores (pecados), que sin piedad se apoderan de mis noches insomnes?
No pretendo responder estas preguntas. No soy quién para juzgar tu intimidad, tus secretos, tus zonas ocultas. Nadie lo es tampoco. Tienes derecho a vivir en cuantos armarios desees y también eres libre para salir de ellos cuando sientas que ha llegado el momento de hacerlo.
El «qué dirán», ese dedo acusador al que tanto solemos temerle. El juicio implacable de los demás, sus comentarios sin compasión ni empatía, sus miradas de soslayo, los susurros cuando dan la vuelta y ya no los vemos.
¿Qué digo yo de los demás?

¿Qué tal, si para lidiar con el miedo al «qué dirán», nos preguntamos primero qué decimos nosotros, cuando alguien se muestra, transparente y valiente, tal cual es?
Seguro conocen la frase bíblica «con la vara que midas, serás medido» o esta otra frase: lo que digas de los demás, dice más de ti mismo que de ellos. Es cierto que se nos han enseñado que hay unas formas socialmente «correctas», «normales» o «adecuadas» de actuar, amar, vestir, trabajar, madurar, envejecer, relacionarse, estudiar, en fin…VIVIR. Hemos interiorizado esos «deber ser», esos modelos a seguir; hemos aprendido andar con los grilletes que la sociedad, las ideologías, dictan. Hemos aprendido a caminar por senderos casi tallados en piedra; se nos ha dicho que quien busca sus propias rutas y se adentra en nuevas y desconocidas trochas, debe ser juzgado y, finalmente, castigado.
He tenido la fortuna de ser apoyada, en momentos de crisis, por psicólogos. Recuerdo muy claramente una ocasión en la que, después de un largo monólogo de quejas, el psicólogo que me atendía me hizo esta pregunta: ¿Por qué criticas tanto? En mis propias palabras, ¿por qué estaba siendo tan criticona?. Una cosa es ser críticos y otra, ser criticones. No creo que haya que aclarar el asunto. ¿O sí? Digamos que cuando somos críticos, hacemos análisis con fundamentos. Cuando somos criticones, no dedicamos a encontrar defectos en todo y todos, lanzamos juicios crueles sin pudor y hablamos de ellos sin pensar en las consecuencias.
¿Por qué critico tanto a los otros? ¿Qué es lo que critico? ¿Qué es lo que me hace criticar? ¿Eso que critico en otros, es algo que quizás podría estar dentro de mí, bien escondido, para que nadie lo vea? ¿Juzgo a los demás por lo que temo ser juzgada (o)? ¿Qué tan duramente me juzgo a mí misma (o)?
Yo diría que un buen punto partida para dejar de depender del «qué dirán» es hacerme primero la pregunta «¿Qué diría yo si…». A veces, somos jueces, jurado y verdugos de nosotros mismos.
LAS REDES SOCIALES Y EL «QUÉ DIRÁN»

Los teléfonos se convirtieron en espías en línea. La intimidad, en estos tiempos, es casi un lujo; vamos por ahí jugando a ser lo que no somos, muertos de miedo de que los demás descubran quién está detrás de la puerta. Vidas virtuales, vidas en fotos, en videos, en comentarios que se escriben y luego se borran (no siempre a tiempo, los espías viven atentos); prohibido a hablar de ideologías políticas, creencias de todo tipo, no sea que alguien esté en desacuerdo y se sienta con el derecho a contradecir sin el menor respeto y en muchas ocasiones utilizando información fuera de contexto. Terroristas virtuales, esos que viven a la caza de las miserias humanas para regocijarse, regodearse y alimentar su propia miseria con ellas. Parece que exagero, ¿verdad? De vez en cuando vale la pena, antes de hablar de otros, mirarse al espejo.
Yo le apuesto a la libertad. Como alguna vez alguien me dijo, si debes esconderte para hacer algo, mejor no lo hagas. Yo añadiría, observa por qué te escondes, de quién o de qué te escondes. En otras palabras, la propuesta es hablar y actuar a conciencia, siendo fieles con nosotros mismos y compasivos con los demás; ser verdaderamente responsables, entendiendo la responsabilidad como hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos.

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