He ido a la escuela, a la universidad,
he cumplido con cientos de deberes,
se me han dado algunos talentos
que no siempre he aprovechado.
He ejercido como profesional,
he aprendido también con la experiencia,
he cuidado de otros, he acompañado, he servido.
He conocido el fracaso y el éxito,
me he caído
con dolor, me he levantado
no siempre con mis propias fuerzas,
he contado con la ayuda de otras manos.
He sido valiente, cobarde,
sumisa, rebelde.
He conocido el amor, la dicha,
el placer, la fiesta,
también el abandono,
las despedidas,
la muerte.
He actuado con sabiduría
y también con imprudencia.
Ahora que paso los cincuenta,
sesenta, setenta y más,
ahora que he vivido tanto…
¿AHORA QUÉ?

Entre vida y experiencias, mientras veo que vuelan frente a mí las hojas del calendario, descubro que no hay un lugar de llegada; el camino continúa, la marcha sigue su curso hasta el último respiro. ¿Cuánto tiempo tengo disponible antes de que llegue ese momento? No tengo la menor idea, nadie la tiene. Dicen las estadísticas que la esperanza de vida va en aumento. Tal vez los números no mientan, pero me rehúso a ser una cifra. Soy una persona que respira, ríe, llora, sueña, aprende, ama, siente. Lo único que sé es que mientras respire, sigo en el camino y que puedo elegir cómo y hacia dónde caminarlo.

Cuando empecé a entrenar para carreras de largo aliento, a pesar de no haber sido deportista en mi infancia y juventud, no siempre tuve claro qué quería…pero lo fui descubriendo: aprender, tener nuevas experiencias, hacer nuevas amistades, retarme a mí misma, pero por sobre todo, gozarme la experiencia, no para complacer las expectativas de nadie (tal vez un poco las de mi propio ego, no lo niego), en fin, hacerlo porque descubrí que quería, podía y era una oportunidad de enfrentar y exorcizar uno que otro miedo (en especial el miedo a llegar de última, a tener que hacer tanto esfuerzo y el premio no era ganar, era ser capaz de alcanzar la meta). Todo fue ganancia. En especial, los amigos. Si ellos me están leyendo, desde ya, les digo GRACIAS, por estar, por su cariño y entusiasmo, por inspirarme.
Quizás tenga más sueños que años disponibles para cumplirlos. Algunos son grandes, otros pequeños, casi tontos (podrían pensar algunos), sueños que parecen imposibles o no tener el más mínimo sentido (lo tienen para mí). No importa. Esos sueños no me hacen olvidar este presente; pisar tierra firme no impide que sea capaz de elevar la mirada al horizonte. Está claro que el ahora es lo único que tengo y es en este ahora cuando puedo cumplirme a mí misma, darme el regalo de vivir la vida que siento que me merezco. Soñar no cuesta nada, lo que cuesta, es vivir sin sueños.
Y tu… ¿tienes por ahí un sueño antiguo o nuevo que te haga mirar el horizonte?

Deja una respuesta