Acaba de terminar la semana santa. Para algunos, tiempo de recogimiento, rituales, películas con temáticas bíblicas, oración. Para otros, vacaciones, paseos, viajes, descanso. En algunos casos, reflexión y descanso. La semana santa, sin importar nuestras creencias, contagia, queramos o no, con su energía de perdón y reconciliación.
Ojalá perdonar fuera tan fácil como decir «perdóname», «te perdono», darse un apretón de manos y un abrazo. No siempre lo que sale de dientes para afuera, va en coherencia con lo que se siente adentro. Pienso que el perdón no implica olvido, sino ser capaces de recordar, sin revivir las emociones producto del hecho que las causó: dolor, rabia, pérdida, abandono, soledad, angustia, desesperanza, miedo, tristeza, etc. Pero, ¿Cómo ser capaces de recordar sin perder la paz?

Vengo de una familia con tradición espiritual mixta, por decirlo de alguna manera. Madre católica practicante, padre esotérico, entorno de profundas tradiciones judeo-cristianas. Por años he sido lectora asidua de textos espirituales de diferentes corrientes, he asistido a talleres y rituales diversos, he entonado canciones cristianas, mantras orientales y cantos chamánicos; he sido creyente, atea, agnóstica. Y sin importar por dónde haya transitado, el PERDÓN ha estado allí, frente a mí, desafiando mi capacidad para aceptar que los demás sienten diferente a mí, y que quien me ataca vive un infierno que mi propio dolor no me permite comprender.
Hoy vengo a hablar del perdón hacia los seres que amamos, nos aman, o ambos. Personas quienes gracias al afecto, la cercanía y las experiencias compartidas, son más susceptibles de lastimamos o ser lastimados por nosotros. Personas a quienes les exigimos darnos lo que no pueden dar (o no saben); personas que quisieran que fuéramos diferentes a como somos y sentimos. Vengo a hablar del perdón como la posibilidad de ir más allá de nuestros egos, de sacudirnos esa tendencia tan humana y también tan perversa de sentirnos el centro del mundo.
¿Cómo me haces o me dices eso a mí, que te he dado tanto, que te he cuidado y amado; a mí, que soy de tu misma sangre; a mí que me he sacrificado por ti; a mí, que he estado contigo en las buenas y en las malas; a mí, que he permanecido contigo a pesar de todo lo que me has hecho?

Hay ocasiones en las que los desencuentros son tan grandes, que no hay más remedio que distanciarse. Que perdonemos o que pidamos perdón no implica que ciertas acciones dejen de ser dañinas, que tengamos que soportarlas con estoicismo o que permitamos ser agredidos de alguna manera y no tomemos decisiones al respecto (la venganza, en mi opinión, no es una opción).
El perdón no cambia el error, pero sí el juicio. Que tire la primera piedra quien no haya guardado en su mente y su corazón dolores antiguos que al revivirlos traen el dolor al presente. Pienso que el perdón es una decisión que, antes que nada, me beneficia a mí y luego, a quien yo considero que me ha agredido de alguna manera (la agresión no siempre es física, las palabras tienen a veces más filo que una lanza y la indiferencia tiene el poder de secar o retorcer un corazón).
No siempre aquellos a quienes decidimos perdonar están presentes, muchos de ellos incluso pueden estar muertos. Y ninguno de nosotros está exento de haber lastimado a alguien. Pienso que cuando nos perdonamos a nosotros mismos (que no es lo mismo que buscar excusas), encontramos la fuerza y también la humildad, para pedir perdón y si es posible, llevar a cabo algún tipo de reparación.
Mi propuesta: tomar la decisión de encontrar caminos que nos permitan aprender a conjugar el verbo perdonar. ¿Cuáles son? Esa es una tarea individual. En mi caso, me ayuda la meditación, la reflexión, la escritura, hablar con esos buenos amigos que en lugar de darme la razón, me confrontan y, si es necesario, acudo a una asesoría profesional. Pero es mi manera de lidiar con el arte y el reto de ser capaz de perdonar. Todavía me falta mucho, lo reconozco; es mucho trabajo, es cierto. Pero vale la pena, por mi bienestar y el de los que me rodean, especialmente, aquellos a quienes amo. ¿Y tu, cómo vas con el verbo PERDONAR?
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