Me gusta escucharte porque sí
sólo para oír tu voz,
abrir mi corazón a tus sueños,
tus miedos, tus dichas,
tus tristezas,
tus más profundos anhelos.
Me gusta estar a tu lado porque sí
sin razones ni fútiles interpretaciones,
con esa lógica loca de la inocencia
que ve belleza a pesar de las máscaras.
Te doy este regalo porque sí,
desde este corazón que a veces
no necesita escuchar de tu boca
la palabra gracias.
Te amo porque sí.
Si importar cómo luces,
a qué hueles, cómo hablas,
cantas, bailas o callas,
así nada más,
sin lógica
ni un te amo
a cambio del mío.

Llevo más de treinta años desempeñándome como profesora. Un oficio del que he recibido todo lo que he necesitado: el sustento diario para tener una vida digna, ternura, sorpresas, alegría, pero, por sobre todo, aprendizaje. Cada clase ha sido un desafío. En muchas he fluido, en otras, he tenido que realizar un tremendo esfuerzo. Y en todas, sin excepción, he aprendido.
He tenido alumnos de todas las edades, podría decirse que de cero a cien años. Para este texto he elegido centrarme en esos pequeños grandes maestros que son los niños, con su sinceridad tajante, que sueltan todo así nada más, sin anestesia. De ellos al fin he aprendido a valorar la frase PORQUE SÍ (o porque no). Por años y años, repliqué a esa frase desde mi mente adulta: PORQUE SÍ NO ES UNA RAZÓN. Quería ir más allá, obligarlos a teorizar, a traerlos de ese mundo maravilloso que es la «ignorancia». Y escribo esta palabra entre comillas porque a veces, desde nuestro ego adulto (o intelectual), creemos que los que no saben lo que nosotros sí, son ignorantes.
Reconozco el tremendo valor que tiene la reflexión. Si no fuera así, este blog no existiría, no tendrían sentido las conversaciones, los libros, ir en busca del conocimiento. Pero en muchos momentos de la vida, el hilar tan fino, hurgar sin límite en lo más profundo, resulta ser un autosaboteo a la maravilla del momento presente, la muerte de la espontaneidad ingenua, que no tiene miedo de soltar una carcajada sonora, dar un abrazo apretado, pedir perdón o abandonar una fiesta.
Me ha pasado con los niños de 2 a 3 años, que en mitad de su clase de natación dicen «me quiero ir», se salen, buscan a su madre o a su nana y no regresan. Como decía mi madre «no hay poder humano» que los haga regresar. Y yo me he quedado ahí en mi reflexión de profesora, intentando comprender qué pasó, por qué ese punto final aunque la clase no había terminado. Es cierto que podrían haber muchas razones: frío, hambre, cansancio, etc. A mi pregunta ¿por qué te saliste? la respuesta es PORQUE SÍ. (Punto. Fue suficiente, la clase terminó).

BASTA DE SER TAN «MADUROS»
Empecé este blog hace varios años. Mi edad se ubicaba justo en mitad de camino entre los cincuenta y los sesenta. Tengo claro que en poco tiempo cambiaré de década y siento que necesito aprender a ser más liviana, menos esclava de mis razonamientos (me falta mucho camino por recorrer). He empezado a aceptar y sobre todo a entender, que si quiero disfrutar de la vida, debo permitirme gozar más de la música, de una película, de una conversación, de un silencio o de una reunión de amigos, PORQUE SÍ. Que nunca es tarde para escucharme sin tanto «marco teórico» y como mis niños pequeños que se salen de la piscina antes de tiempo, hacerme caso, detener ese por qué de todo que puede llegar hasta el infinito.
Nunca es demasiado tarde o temprano como para recuperar la capacidad de hacerle caso a esa vocecita que nos habla al oído todo el tiempo. Y bueno, no es para irse a los extremos, con frecuencia profundizar se hace necesario. Digamos que vivir es un poco como saber nadar: somos capaces de saltar de cualquier manera o clavar con elegancia, disfrutamos tanto de flotar y avanzar sobre la superficie, como de hundirnos y explorar qué hay en el fondo.
En esta Navidad los invito a hacerse ese regalo: escucharse a sí mismos, ser menos maduros, más espontáneos y permitir contestar, de vez en cuando, PORQUE SÍ (o porque no).

Deja una respuesta