No cumplimos años, sumamos historias.
Historias de diferentes sabores, colores, olores, texturas, sonidos, historias que, vividas en diferentes momentos, son adornadas, mutiladas o reinventadas por nuestra traviesa memoria.
No somos lo que hemos vivido, ni lo que nos queda por vivir. Somos lo que hay justo aquí y ahora. Aunque hoy, después de haber arrancado tantas hojas del calendario, sumemos más historias que los que han nacido después, es hoy, ahora, cuando las recordamos.
Me gusta recordar. Pero sé que mis recuerdos son registros holográficos de mis propias percepciones y de las interpretaciones que yo les he dado en su momento y que les doy justo ahora.
Me gusta soñar, ver mi propia imagen en lugares y situaciones que quisiera repetir o, al contrario, vivir por primera a vez; cuando sueño o imagino, esos lugares o situaciones toman asiento no solo en mi cabeza sino en mi corazón, mi piel, mis entrañas; puedo sonreír o soltar algunas lágrimas; nuevos y ricos hologramas me rodean, interactúo con ellos. Pero sé que ellos, los recuerdos y los sueños, habitan en el mismo lugar: propia mente.
¿Y dónde se encuentra entonces mi presente? En el mismo lugar. Mi percepción del aquí y el ahora está maquillado con mi actual manera de percibir e interpretar la vida, construida, piedra a piedra, con cada una de mis historias, que retornan como recuerdos en mi conciencia o mensajes cifrados de mi inconsciente.
¿Cómo ser libre de mis propios condicionamientos? ¿Será tal vez, recuperando la mirada inocente, esa que se maravilla, que no sabe ponerle adjetivos a las cosas o a los sucesos, que se queda sin habla con un atardecer, la carcajada de un niño, con el relámpago que rasga las nubes (las posibilidades son incontables) y que es capaz de disfrutar del silencio o de la soledad sin angustia?
Soy contadora de historias, a veces siento que las mías y las de otros, deambulan por el aire buscando quién las cuente.
Todos, de alguna manera, somos contadores de historias, que en últimas, son versiones infinitas de la vida.
Que la edad no nos convierta en jueces y verdugos de los otros. Al contrario: ojalá que el hecho de haber vivido más años, nos permita ser más compasivos y entender que todas y cada una de las personas que hoy nos rodean o que han pasado y pasarán por nuestras vidas, viven, desde adentro, su propia historia.
Deja una respuesta