Escúchame

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Llevo muchos años trabajando con niños pequeños. Recuerdo que en una ocasión me encontraba ocupada y no me di cuenta de que uno de mis alumnos me hablaba. Tendría unos tres años más o menos. Se acercó a mí, tomó mi cara entre sus pequeñas manos y me dijo: «pofe, ecúchame, ecúchame». Palabras textuales. Miré su cabello crespo y desordenado, los ojos llenos de reclamo y con un poco de vergüenza le respondí: «dime». Y claro, me dispuse a escucharlo.

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Para escuchar necesitamos mucho más que los oídos. Para escuchar es preciso tener la voluntad de ir más allá del acto físico. Necesitamos detenernos, poner todos nuestros sentidos en acción y detener el torrente continuo de nuestros pensamientos. Vivimos tiempos de poca escucha, de distracciones permanentes, de desconexión. La gran paradoja: un mundo hiperconectado lleno de seres humanos desconectados entre ellos y de sí mismos.

No sé si a ustedes esto les ha pasado (a mí, si): me llaman (o llamo) por teléfono y mientras «hablamos», cocino, hago la cama, miro el whatsapp, riego las matas, preparo un café. Y si. Lo hago con mucha frecuencia. Ni siquiera me sirvió de lección aquella vez que, mientras hablaba por teléfono, saqué una lasaña que tenía en el horno y no noté que había, en el fondo, un recipiente con aceite hirviendo que se volteó sobre mi mano derecha. Ni una quemadura de segundo y tercer grado logró enseñarme.

¿Será sólo aprendemos a las malas? No lo creo, pero si no prestamos atención, no hay nada que hacer, aprendemos con dolor. ¿Cuántas relaciones entre hermanos, padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo, jefes, vecinos, jefes de estado, países, etc., se habrían salvado si realmente se conjugara el verbo ESCUCHAR?

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En una ocasión me encontré con una amiga que estaba bastante contrariada porque había peleado con su novio. Me leyó indignada un mensaje que él le había enviado desde su celular. Mientras ella leía, iba creando el tono de voz que se imaginaba que podría haber usado su novio al escribir (o al pensar). Al no poder escuchar su voz, ver sus ojos, observar su lenguaje corporal, incluso, algo tan sutil como ver su piel, darse cuenta si sudaba, si miraba hacia otro lado, qué hacía con sus manos, en fin, sentirlo, ella optó por crear todo el contexto desde su propio sentir. Es que el lenguaje va mucho más allá de las palabras. Entre textos y mensajes de voz, lo hemos ido olvidando.

Escúchame, me dijo el niño en esa ocasión. Y no sólo significaba que quería que yo lo oyera, sino que estuviera presente, que le prestara atención, que estuviera allí, que lo respetara.

Tengo mucho qué aprender. Entre mi lista de «mejoras», está escuchar más. Si tomo el teléfono para hablar con alguien, hacerlo cuando puedo darle toda mi atención. Y si estoy con alguien, frente a frente, quiero estar, no sólo de manera física, sino de corazón. Bajarle el volumen a mis pensamientos y en la medida de lo posible, apagarlos. Quiero aprender a abrazar desde mi alma, a mirar a los ojos, dejar el celular a un lado. El mundo no se va a acabar si no contesto al instante. Podrán decir: ¿y si es algo urgente? No sé. A mí me parece urgente que recuperemos la capacidad de escuchar, desde el corazón, desde el ser.

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Por cincuentanezymas

Mujer, amiga, hermana, madre, educadora, loca, cuerda, trabajadora, vaga, deportista,creativa, independiente, librepensadora,audaz, temerosa. Un ser humano común y corriente, enamorada de la vida.

11 comentarios

  1. Muy buen artículo. La escucha es algo muy profundo. Y creo que dos palabras claves que nombras son la esencia: presencia y atención. Merecemos regalar a otros el don de la escucha. Ahí empieza la compasión, el vínculo amoroso, la capacidad de comprender.

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  2. Los niños, nuestros más grandes maestros, muy cierto Anita! Escuchar no solo con nuestros oídos…si no con nuestro cuerpo, nuestros ojos y con la mente libre de otros pensamientos, sin juzgar, sin atropellar con nuestras palabras, sin más que estar presente para esa otra persona. 💙

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