Que todos somos maestros de todos puede sonar a frase cliché, no importa, no menospreciemos una buena frase trillada. Están esos maestros iluminados que han transformado la historia, mi admiración total; a través de mi vida he elegido algunos como guías, pero no los tengo a la mano, están en los libros, hay infinidad de videos disponibles, textos, libros, imágenes con frases reveladoras. Sin embargo, de los que he aprendido más y me enseñan cada día, están a mi alrededor.
Hace años escribí un libro que se quedó ahí guardado, quizás algún día lo retome, lo corrija y hasta lo muestre, no lo he decidido. Lleva por título «LOS MAESTROS SÍ CRECEN EN LOS ÁRBOLES». Y en él hablaba de todos esos maestros que se han paseado por mi vida y a las buenas o a las malas (si, a las malas también), me han enseñado cosas que me han confrontado. En ocasiones me he rebelado, me ha dado rabia, he hecho «pataleta», pero al final, algo he aprendido. A veces han sido lecciones transformadoras, otras reveladoras, muchas, las he dejado pasar, me he tropezado de nuevo (debo decir que soy «tropezadora» profesional, afortunadamente, me levanto siempre, les diré que esto último es toda una habilidad). Y bueno, caerse no es divertido, duele, se siente uno mal, hay que hacer un gran esfuerzo para ponerse de pie y a veces toca seguir el camino con el corazón adolorido.
El libro del que les hablé se quedó en puntos suspendidos hace casi veinte años, así que se han sumado muchos maestros nuevos en estos últimos tiempos. Quisiera nombrar algunos que no aparentan serlo, uno diría…¿Qué se puede aprender de ellos? Bueno, a veces la enseñanza no se ve de inmediato, porque mientras uno se lame las heridas, no es fácil ver las cosas con perspectiva. Estos son algunos de ellos:
- Todas las mascotas que han pasado por mi casa, especialmente MOMO (él es todo un profesional de la enseñanza).
- Mis alumnos, especialmente aquellos con quienes las clases han sido difíciles, desafiantes y los que me hacen preguntas difíciles.
- Las personas con quienes he tenido diferencias o «rifirrafes» (disgustos ligeros o muy fuertes), así se hayan resuelto o no.
- El clima. No me lo van a creer, pero el clima me ha enseñado a dejar de querer controlarlo todo.
- Mis compañeros de escritura que son más talentosos y disciplinados que yo.
- El deporte. No se imaginan lo que ha significado empezar a practicar deporte después de los 50, sentirme lenta, que no sé nada, que progreso poco a poco, pero que a pesar de todo, me divierto, aprendo (no siempre tan rápido como quisiera) y conozco a un montón de gente super interesante.
Podría seguir, es que hay demasiados maestros a disposición. Lo que no siempre tenemos a la mano, es apertura para aprender. Pero bueno, ahí vamos, nada de «darse juete» (látigo), que no sacamos nada siendo jueces y verdugos de nosotros mismos. Ser honestos, si, crueles, jamás.
Me despido con la invitación a reconocer sus propios maestros inesperados.

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