Cuando empecé este blog andaba a medio camino entre los cincuenta y sesenta años, transitaba la cincuentañez, estaba llena de preguntas, con una necesidad enorme de reinventarme, de encontrar una manera personal de transitar esa etapa que arranca cuando se llega al medio siglo. Bauticé el blog «CINCUENTAÑEZ Y MÁS», me hice muchas preguntas, contesté algunas, otras se quedaron en puntos suspensivos y un día cualquiera, llegué al «Y más…». La década del número 5 llegó a su fin. Yo misma he dicho que la edad es un número, pero también he afirmado que los números son símbolos no sólo en las diferentes culturas y los imaginarios colectivos, sino de manera personal. Las experiencias propias y de las personas cercanas, también son artífices de esos significados que tienen algunos números. Concretemos: he llegado a los 60 años. ¿Qué significa eso para mí? ¿Qué se me ha enseñado al respecto? ¿Qué quiero desaprender y construir a partir de mi sentir, mis vivencias, mis reinterpretaciones de lo que llamamos la realidad?
Se ha abierto la puerta del número sesenta, la mal llamada «tercera edad» me mira de frente. Es obvio que no me está pasando nada especial, ni que fuera la única persona en llegar a este punto. Pero mi experiencia sí es única, lo que siento, lo que sé, lo que pienso, lo que evalúo, lo que anticipo, lo que sueño, lo que temo, lo que desecho, lo que atesoro, lo que dejo atrás, todo eso, es único. Y lo mismo pasa contigo que estás leyendo esto. Y a pesar de que en eso todos seamos iguales, como en lo básico (dormir, comer, amar, ir al baño, aprender, tener miedo, soñar, etc.), cada mirada hacia adentro y hacia afuera es única.
Tengo sesenta años, nada del otro mundo, pero aunque no lo crean, algo se ha transformado en mi mirada. No es que esté triste por ver la juventud cada vez más lejos. Ella se aleja queramos o no, se convierte en reminiscencias filtradas por la memoria y la manera individual de ver la vida. Es como si al abrir la ventana, los árboles, el cielo, la luna, los transeúntes, tuvieran una luz diferente. Cuando llegamos a los 40 años vemos, literalmente, distinto. Es un proceso que sucede en nuestros ojos, una transformación que se da poco a poco. De repente las letras pequeñas se hacen difíciles de leer. Yo diría que cuando llegamos a los 60 años (obviamente puede pasar antes o después), algo le sucede a nuestra «mirada» de la vida. Y no es algo que pasa de un momento a otro, las transformaciones son paulatinas, casi disimuladas, por eso a veces no somos conscientes de ellas. En mi caso, mi mirada hacia ambos, pasado y futuro, ha cambiado. No es que no quiera tener nuevas experiencias o haya renunciado a tener metas o acceder a nuevos aprendizajes. Nada más alejado de la realidad. Pero digamos que hay menos prisa, más calma. Y esa calma no tiene nada que ver con la tranquilidad interior en términos de lo que podríamos llamar «espiritualidad», es algo sutil, etéreo, no sabría darle un nombre diferente a calma.
Me gusta esta nueva calma. Todavía no tengo claro qué rumbos he de darle a mi vida, qué dejaré atrás, cuáles sueños elegiré para darles forma. Sólo sé que me gusta esta nueva mirada aunque como sucede cuando uno se compra sus primeras gafas «progresivas», no siempre sea fácil acostumbrarse a ella.
Hoy me siento agradecida por estos sesenta años caminados, con todas sus risas y también con sus tropiezos, con las alegrías y las congojas, con los encuentros y las despedidas.
Deja una respuesta