Después de los cincuenta, bajamos de peso

Cuando estamos conversando entre amigas, por alguna razón, bueno, a veces la razón salta a la vista, el tema del peso es reiterativo. Dicen por ahí que después de cierta edad, uno deja de crecer para arriba y empieza a hacerlo hacia los lados o hacia adelante, según la genética de cada cual. Aunque lo parezca, este artículo no pretende hablar de ese tipo de peso. Sin embargo, aquí les comparto una página donde pueden encontrar información acerca del tema y cómo manejar esos kilos de más que llegan con la menopausia y en general, cuando nos vamos haciendo mayores: Aumento de peso a causa de la menopausia.

Hasta este momento deben estar rascándose la cabeza. ¿El título del artículo no es DESPUÉS DE LOS CINCUENTA, BAJAMOS DE PESO? La autora hoy amaneció chiflada o no se ha tomado los cuatro cafés del día (me he tomado tres, pero todavía no estoy chiflada). Hoy vengo a hablar no del peso que ganamos al hacernos mayores, sino del que dejamos de cargar con el paso de los años. Y no, mis queridas amigas, este no es un artículo de autoayuda (respetando profundamente ese tipo de temas).

A mis cincuenta y cinco años, reconozco que todavía no ando todo lo liviana que quisiera. No. Todavía me afectan muchas cosas de la cotidianidad, de las relaciones familiares, los asuntos económicos y mis propios rollos internos. Me imagino que ustedes andan en las mismas. Sin embargo, las invito a dar una mirada al pasado y comparar cómo veían la vida en sus veinte o treinta o cuarenta y cómo la ven ahora.

El peso del peso

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Ya sé que este título suena redundante pero ni modo. Muchas de nosotras pesábamos mucho menos hasta hace algunos años. Nos metíamos, como fuera, en una talla de pantalón menos y no nos importaba tener que hacer mil maromas para subir el cierre. Ni se diga de esas balanzas locas (si, las balanzas tenían la culpa), que le cambiaban el peso a uno con una infeliz hamburguesa acompañada con malteada de chocolate y nos obligaban a hacer huelga de hambre por tres días. Ni hablar de los kilitos ganados con los embarazos, con las trasnochadas haciendo la tesis, con los trabajos sedentarios, las meriendas de café con pastelitos, los cumpleaños familiares con torta, helado y comida. Y para cerrar, los litros de licor que acompañaron nuestras penas, nos quitaron la timidez y nos dejaron unas cuantas resacas morales.

Yo sé que la balanza no es la gran amiga de las mujeres a diferencia del espejo. No hay forma de maquillarse ante la balanza, ni hay mejores ángulos, uno pesa lo que pesa y listo. Bueno, acepto que a veces los valores cambian de una balanza a otra, pero seamos sinceras…no cambia tanto.

Lo que sí cambia, cuando llegamos a los cincuenta y más, es que ya no nos importa tener un peso específico, si el pantalón no cierra pues lo guardamos para cuando adelgacemos (si…claro), nos ponemos blusas un poco más anchas, nos decimos que estamos «buenas» y no armamos tanto drama. Algo de drama si, pero no tanto como en otros tiempos.

El peso del qué dirán

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Ese peso sí que pesa cuando estamos unas décadas más jóvenes. Nos importa todo lo que digan sobre nosotras, independientemente de quién lo diga y es así como entramos en el mundo de las apariencias hasta el punto en que son más relevantes las opiniones de los demás que lo que pensamos de nosotras mismas. Hace muchos años alguien me lanzó esta frase que sacaré del baúl de los recuerdos non gratos sólo para este artículo: NO ES SUFICIENTE SER REINA, HAY QUE PARECERLO. Y bueno, esa frase estaba en un contexto laboral, tenía que vestirme de señora seria  para que respetaran mis ideas y mi trabajo. Quiero confesar que lo intenté, pero no lo logré del todo. La hippie que llevo dentro me hizo usar pulseras y aretes totalmente disonantes con las indumentarias que me vi obligada a usar.

Las reto para que hagan un inventario de qué cosas ahora les «resbalan» y antes les amargaban la vida. Después de los cincuenta nos vestimos para nosotras mismas, no para nuestras amigas o parejas, usamos zapatos más cómodos aunque sabemos que los tacones nos dan un toque chic (pero sólo si estamos sentadas y no tenemos que caminar mucho), lo que opine de nosotras la suegra ya no nos afecta como antes, aprendemos a reírnos de nuestros defectos y nos comparamos menos con otras mujeres.

El peso de los errores

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Quiero decirles que ese peso pesa mucho. Cuando estamos jóvenes sufrimos terriblemente con nuestros errores; nos da miedo cometerlos, si los cometemos nos sentimos fracasadas, si se dan cuenta de que los cometimos el drama se duplica, si los otros los cometen somos implacables, si los errores son los de nuestros padres los condenamos y les echamos la culpa de todas nuestras malas decisiones y descargamos sobre ellos es peso de nuestros fracasos, depresiones e inseguridades (estén vivos o muertos).

Sin embargo, llegamos a los cincuenta o más (algunas personas llegan antes) y de pronto nos volvemos más indulgentes con nuestras «metidas de patas» o con las de los demás, tomamos la decisión de perdonar (a los demás y a nosotras mismas), aunque no es cosa fácil ni rápida, dejamos a los muertos en paz y empezamos a dejar quietos a los vivos. Digo empezamos, porque nos enredamos de vez en cuando, pero con el paso de los años, adquirimos la habilidad de darnos cuenta de que estamos enredadas, nos damos palmaditas en el alma y si tenemos suerte, estamos rodeadas de amigas que nos acompañan en ese proceso.

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¿Qué opinan? ¿Es cierto que después de los cincuenta bajamos de peso?



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