Shhhhhh…Guarda silencio, dicen por ahí que si no lo sabe nadie, no existe. Pero lo sabes tú…
Calla el ateo su no Dios ante el devoto
Callan los amantes que rompieron sus promesas
Callan las mujeres que por debajo de la mesa se toman de las manos
Calla la dama de familia ilustre las zurras de quien juró amarla y respetarla
Calla su origen el muchacho entre los ricos
Calla su raza tras alisados químicos la princesa de ébano
Calla su grito de auxilio el que teme un día despertar loco del todo
Calla quien no puede vivir sin la bebida y se esconde tras la fiesta
Calla la mujer que renunció ser madre a mitad de camino
Calla el enfermo huyendo de la lástima
Calla el que en las noches se viste de reina
Calla la madurez tras la máscara, el bisturí, el tinte del pelo
Callas tu, callo yo, callamos todos.
Se vale soñar
Sueño con un mundo sin fronteras de ningún tipo. Un lugar en el que guardemos nuestros propios secretos no por vergüenza sino por respeto a nuestra intimidad. Sueño con el día en que las diferencias de raza, las preferencias sexuales, el nivel de escolaridad, el color de los ojos, las costumbres, las creencias religiosas, las decisiones, las enfermedades (mentales o físicas), la ideología política, la forma de vestirse, el peso, la nacionalidad, la edad, la profesión, el tamaño de la casa, la cantidad de dinero en el banco o en los bolsillos, las decisiones de vida, en lugar de dividirnos nos enriquezcan.
Abajo los falsos dioses de la belleza, el éxito, la felicidad, la fama, que sólo venden una perfección que no existe más que en fotografías retocadas, en sonrisas de dientes para afuera, en objetos que no necesitamos, en amores que se sellan con esos besos mil veces ensayados de las comedias románticas de Hollywood.
¿Y si nos quedamos solos?
Si tememos ser lo que somos, si vivimos escondidos tras mentiras y disfraces, ya estamos solos. Si debemos esconder nuestra esencia de los seres que «nos aman», los amigos, compañeros de estudio o trabajo, vecinos, jefes, extraños, no nos digamos mentiras, YA ESTAMOS SOLOS. Si al contrario, deben mentirnos, disfrazarse o callarse para estar con nosotros, también que estamos condenando a la soledad a los otros, con nuestros prejuicios disfrazados de «valores».
Por alguna razón vamos cumpliendo años y con ellos vamos acumulando prejuicios, como si no hubiéramos sido jóvenes, ni cometido los más disparatados errores. «Éramos jóvenes e inexpertos», decimos con tono de sabiduría. Yo no sé ustedes, pero yo todavía me sigo equivocando y aprendiendo. Todavía no tengo verdades absolutas (y espero no llegar a tenerlas), ni me considero lo suficientemente sabia como para convertirme en juez y verdugo de nadie.
Los invito a tirar abajo las puertas tras las que nos escondemos por miedo o por vergüenza. Que quien no nos quiera en su vida con nuestras particularidades, que entre otras cosas, nos hacen especiales, tome sus cosas y siga su camino.
Dicen por ahí que la soledad acompañada es la peor. Yo tengo otra opinión: la peor soledad es la que sentimos cuando al cerrar la puerta y quedarnos solos, seguimos con el peso de la VERGÜENZA. Que los años nos sirvan para ser compasivos, más que para juzgar. Que a medida que nos hagamos mayores, nos volvamos más livianos, más tolerantes, más amorosos. Que la vida en lugar de hacernos tan sabios, nos haga más amables, más incluyentes, menos prejuciosos.